19.11.10

el estornudo

(o "la insoportable levedad del no ser")

sólido

mi ciudad es como una prolongación infinita de ese instante en el que el estornudo ha comenzado pero se niega a concluir. ese instante en el cual los virus, en remolino alborotados, todos a una, agarran a la razón del pescuezo y proclaman: "así te quería ver yo, grandullona." deben salir, el organismo así lo quiere, pero cada segundo engullido, cual maná, los envalentona. un instante molesto, inerte.
 
y en ese instante tanto te da si pierdes el tren, si tu reloj de muñeca marca las doce, doce minutos y doce segundos y tu hijo lo señala y lo celebra con una sonrisota; en ese instante desprecias el beso que te ofrece un amante, te niegas otro sorbo de cerveza; frenas la bici, bajas los pies y te paras, con el rostro hacia el cielo pero sin apreciar, con los ojos cerrados a la pekinesa, con la boca de bobo abierta.
 
un instante inevitable e irrefrenable porque es primitivo, paleolítico. un reflejo diseñado a golpe de glaciación, de tormenta, de hambre, de miedo. un reflejo sedentario, de honda raíz y poca flor.
 
y hay quien en ese brete te observa, como quien observa con desgana cómo se agua el combinado, y se apena por el sabor pero no por el hielo; como quien ve pasar una cabellera barnizada dentro de un cochazo y piensa: "¿qué se sentirá?", y lo sigue con la mirada hasta que desaparece en el infinito; como quien observa a aquel que se desangra en mitad de la acera y piensa: "¿qué se sentirá?", pero al instante da media vuelta y entra en zara home, en la peluquería de la esquina donde te cobran un pastón pero te dejan estupendo o en la navidad prematura de starbucks. los hay, desgraciados, que disfrutan con el dilema, y se mofan, o te meten el dedo en la boca... pues la boca es una llaga que hemos terminado por asumir.
 
y la ciudad estornudante se encoge de hombros, se aparta de la luz y se acerca un pañuelo a la nariz: sin embargo, por comedidos que se orquesten los gestos, por muy de lino que sea el tejido y por muy de lejos que lo hayan traído, tan perfumado, por muy bordados que estén los bordes, nada sirve de paliativo: en ese instante tan geológicamente ínfimo como personalmente inaguantable, sólo hay caverna.

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