14.6.10

ubicación errada

una pequeña coreografía de pequeña ilegalidad:
entro a la biblioteca en un domingo, sangriento domingo. puertas que giran, todo tan moderno. cerca de informació bilbiogràfica. apunto los resultados en el móvil en un mensaje para nadie porque olvidé boli y papel al salir de casa. busco los libros: primer piso, sala seis. cabezas gachas portando ojos, aún con el enfoque de apuntes me apuntan, con mi movimiento les distraigo. saco libros calentitos, con ejercicios. algunos llevan en estas estanterías más años que yo en esta tierra, pero qué modernos se me antojan. con cuanta tecnología aparece barnizado todo lo ignorado.
vuelvo al ordenador, cerrando el primer ciclo: aquest ordinador és per cercar informació biblogràfica. un sistema práctico me permitiría escribirte siempre y cuando hubiesen ordenadores libres para aquellos que efectivamente busquen información bibliográfica. un sistema racional lo impediría sin mirar ni siquiera cuantos de los ordenadores no funcionan, o si llueve, o si estoy triste.
es decir: ahora, desde la pequeña ilegalidad de mis palabras, convengo que estaría permitido que fueses un libro desconocido, pero no una amiga, una afrancesada, pelos de gato adheridos al sudor, una digna rival en una mesa de ping-pong.
tom waits, en "what's he building (in there)?", de su disco "mule variations", nos narra en tres minutos y pico la paranoia de unos vecinos que se preguntan continuamente qué estará construyendo su vecino, allí, en el sótano, qué estará tramando, qué son esos ruidos que hace de madrugada... se va cargando el ambiente opresivo hasta que se desata en una dirección, y se confiesa en una frase final que deja la historia terroríficamente abierta: qué diablos estará construyendo allí... nosotros tenemos derecho a saber...
tengo dos recuerdos, como dos clips de metal: una atleta de los paralímpicos de barcelona, deficiente visual y vencedora en su categoría, que tras pasar la meta y recorrer unos metros da pasos en falso, esquiva con el cuerpo y se protege con los brazos de objetos inexistentes, tal como nosotros los videntes los habremos de dar cuando se va la luz... el otro recuerdo es yendo en coche, con mi madre, yendo a la montaña donde me crié, con todos mis tíos de pega... el momento crítico de cruzar la Carretera (la carretera, el río, el circo, todas ellas notables instituciones para la gente aburrida de pueblo), y un perro flaco que no sabe si va o si viene, en medio de la carretera, andando despacio, dándose la vuelta, no comprendiendo que esos escasos veinte metros cuadrados asfaltados, que para él solo son suelo y olores, no le están permitidos si por alguna clase de instinto desea conservar la vida: no, por ahí van los coches, luego personas y perros han de pasar, no permanecer, y hacerlo con cuidado. a la vuelta el perro se había resumido en un anexo de lo humano, piel y sangre de la que las moscas comenzaban a dar cuenta.
yo lo vi todo, y vi en sus miradas la misma angustia de la ubicación errada: la atleta con su amago para no chocar, el perro con su confesión de incompresión, y sus intentos de no ser embestido.
la atleta se me quedó dentro: no comprendí con qué pensaba que iba a chocar, si las pistas son espacios delimitados y vacíos, sin gente, a excepción de los rivales... pero ella ganó, no había nadie por delante... de qué temía, qué creía que había que esquivar... acaso pensaba que de todos los miembros de la organización y el público del estadio la dejarían chocar con toda su inercia de campeona... que nadie la avisaría o haría nada por ayudarla... qué soledad...
el perro me arrancó una pregunta, nacida de la seguridad del tono de la sentencia de mi abuelo, que subía con nosotros en el coche: ese perro cuando volvamos estará muerto. ¿por qué somos videntes de un negro futuro?, ¿qué cantidad de realidad nos está permitido modificar con nuestros actos?
cuando de pequeños nos quedábamos hasta tarde viendo la tele, permanecíamos sentados frente a ésta, cereales que bailan y cantan, risas de bote, dinero por preguntas acertadas y la blanca sonrisa de jordi hurtado... hasta que aparecía una melodía solo a medias conocida y una figura al lado de la carretera, un cowboy con una maleta: comenzaba una serie "de miedo" (creo que basada en la película del exorcista) y los tres nos lárgamos rápidos a apagar la televisión, pues solo con las primeras notas de aquella canción tétrica teníamos suficiente para evocar montruos a la hora de dormir... y el pipí volvería a las sábanas, como perritos...
mi indignación de ciclista choca con la Imposibilidad de pasar por ciertas calles venidas a más que irrigan mi ciudad... calles sin acera, con quitamiedos, en las que los coches van más rápido... calles que aspiran a la insolencia de las carreteras... porque por las carreteras no ha de andar nadie. y te toca resignarte, dar una vuelta enorme, o volver a casa y poner la televisión, mientras fuera, perros, ciegos y cowboys andan, en contra de lo convenido, al lado de las carreteras. seres suprahumanos que terminan aplastados por la vehemencia de la multitud. 
¡qué está haciendo ese loco ahí!
nosotros tenemos derecho a pasar... 

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