25.6.10

el hombre que no sabía barrer

que todas las bombillas que hayan de romperse desde ahora hasta el final de mis días lo hagan a más de cien metros de mí. tanto si rompen con el frugal (*) alboroto de lo que aún tiene vida, como si se precipitan desde unas manos torpes hasta el testarudo suelo, quedando el vuelo de la factura y la bolsa doblada como acordeón testimoniando una muerte prematura. 
jamás estaré preparado para recoger cristales. tras un estruendo fácilmente descriptible como tetradimensional, el cuerpo de la bombilla, que antes se conformaba con el amarilloso incandescente, se licencia por separado y con buena nota en artes de camaleón: y el pedazo que fue a posarse en la alfombra azul se torna azul, ¡todo un mago!; el que se apoya en la madera se torna color madera, y así hasta casi el infinito, como en una apología de zenón. y uno empieza a recoger el desastre pensando que el infinito no es para tanto. los dedos se atreven a atrapar, no sin cuidado, los fragmentos más grandes de bombilla, y en la cabeza se inaugura un puzzle: la bombilla se va reconstruyendo en nuestra imaginación según índice y pulgar despegan cada pedazo del suelo y lo arrojan al cubo de basura, que es otro suelo pero más discreto. y el optimismo tras las primeras veces desaparece en un momento, también filípides pensó que alcanzaría a la tortuga. cuando ya hemos aumentado el nivel de exigencia y disminuido el volumen del fragmento a encontrar, y en el caso de que no nos encontremos solos frente al desastre, alguien alza en el aire una porción de cristal vigorosa, orgullosa y afilada, capaz de atravesar los abdómenes de siete princesas puestas en fila; y su sarcasmo nos apunta con el dedo, ya que los dedos se afanan en retener a aquel monstruo cristalino:
-“¿cómo no has podido ver éste?”
nunca fui bueno recogiendo cristales.
*
después sucede la escoba, esa escoba bigotuda desatendida y por ello desobediente con la que uno no sabe si limpia o ensucia más, sucede con insistencia en el suelo y en los rincones, que no son más que suelo que se cayó de bruces del susto. una y otra vez, monótona melodía de trámite. para el hilito de mínimos cristales que se resisten a la rampa del recogedor preparamos un pañuelo, o una servilleta mojada; trucos de madre.
*
devolvemos al exilio a la escoba y al recogedor, y lanzando la bolsa que encierra el desastre al contenedor, un suelo que no nos atañe para nada, huyendo de éste al instante con un saltito, mirando a los lados para comprobar que nadie nos ha visto portando basura, como si los contenedores, sencillamente, no existiesen, como si fuesen un paréntesis transparente de la realidad, una llaga en el continuo espacio-tiempo, un continuo en el que,
-“no, simplemente en este mundo no existe la basura”
creemos que la maldición del cristal roto ha terminado...

pero cuando abro la puerta de casa y ésta me responde con un chirrido insoportable entiendo que aquello no hecho más que empezar.
“avisar a los niños para que no anden descalzos.
pedirle la aspiradora a la vecina.
mirar debajo y detrás de los muebles.”
y alguna tarea más en los próximos días.
nunca he sido bueno recogiendo cristales.
*
por eso deseaba que todas las bombillas que hubieran de romperse de aquí al final de mis días lo hicieran a más de cien metros de mí, en el suelo de otros. leía y tomaba pastas a la vez, sí, de ahí, de ahí la torpeza, un codo demasiado pronunciado que inclinó la lámpara. y el suelo, famélico de novedades, ascendió corriendo originando el desastre. heme aquí, agazapado en el sillón, amenazado por un mar puntiagudo, por un infierno que no es rojo, sino transparente. el teléfono no deja de sonar.
y tengo hambre.
han pasado dos días y
el sillón huele a pipí.
malditas bombillas.

1 comentario:

  1. (*) no sé qué demonios significa "frugal", pero dicha palabra se me quedó grabada en el cerebro cuando era niño, tras mecanografiarla millones de veces con las manos ocultas tras un pedazo de pana, un goterón de sudor columpiándose por mi patilla y una monja medio ciega revisando mis ejercicios con un boli bic que agarraba por la puntita, como si fuese un pincel.
    de tanto que la escribí pasé a poseerla, así que puedo usarla como me plazca.
    amén.

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